Final Fantasy X no es exactamente un juego revolucionario; vamos, es que ni por asomo. Es un juego de rol bastante lineal, aunque sin dar dicha sensación gracias a sus minijuegos y sus misiones secundarias y coleccionables de por medio. Sin embargo, tiene ciertos elementos magistralmente usados dentro de su conjunto, desde el aprovechamiento del protagonista como vector narrativo y de empatía hasta el ser consciente de que posee un mundo fantástico y desconocido por el jugador, algo que usa muy a su favor. Uno de estos elementos es la isla de Bikanel.
SPOILERS
DE DETALLES CRUCIALES
DE LA TRAMA
Las primeras horas de juego están pensadas para confundir al jugador completamente a la vez que logra captar su interés. Hablamos de una historia que empieza sacando al protagonista de su hogar y tirándolo en medio del océano sin mayor explicación, y repitiendo en seguida la jugada para acabar en un pueblo que nada tiene que ver con su ciudad natal. Todo es muy confuso, todo es muy extraño. Que si alucinaciones, que si ballena gigante asesina, que si peregrinaje de templo en templo... Y cuando al final empiezas a aceptar este nuevo mundo, a entender tu lugar en él, su alma y su estructura, vuelve a pasar, te vuelves a teletransportar por sorpresa, esta vez en un desierto enorme y desolado. Aun no lo sabes, pero estás en Bikanel.