No recuerdo cuantos años han pasado ya desde que jugué al primer Ace Attorney. Probablemente fue en 2010, pero si me obligasen a declarar sobre ello acabaría metido en un serio aprieto. Independientemente de la fecha, recuerdo a la perfección los hechos ocurridos ese día.
Era verano, o esa cosa con 12 grados al sol a la que llamamos como tal en Galicia. Ese día mis abuelas habían venido a comer, y mientras mataba el rato hasta que me llamaran a poner la mesa decidí probar otro de esos chorricientos juegos que había descargado para mi tarjeta pirata de la DS. No sé lo que me llevó a catar este en concreto, pero al poco de empezar ya había logrado captar mi atención. ¿Un juego conversacional donde soy un abogado que debe demostrar la inocencia de sus clientes? Cuenta conmigo. La partida no se alargó mucho porque somos de comer temprano, pero el regustillo fue lo suficientemente dulce para hacerme retomarlo después del postre. Para las 5 de la tarde mi cabeza había explotado con la premisa del caso 2, y desde ahí ya no había vuelta atrás: Phoenix Wright me había conquistado.