Odio a Nintendo. La odio. La odio, la odio, la odio, la odio, la odio. ¡ODIO A NINTENDO! Maldita sea…
Hasta ahora, Nintendo era para mí una señal de pureza en este abusivo, despiadado, irrespetuoso e inmaduro sector que es el de los videojuegos. Nintendo era, en este mar de EAs Y Ubisofts, lo que las nutrias para el río: si el agua es clara y buena, las ves retozar felizmente, pero cuando se quedan calvas y empieza a salirles un tercer ojo sabes que algo va mal en la central nuclear de al lado. Pues bien, Nintendo se ha quedado calva y ya le sale un tercer ojo (intento número uno de crear una imagen mental perturbadora de Iwata en la cabeza del lector).
No me he considerado nunca nintendero, pero… ¿Sabéis? Defendí a Wii en su momento y defendí su postura ante Wii U, alegando que se habían percatado del error de querer crear un nuevo fenómeno tipo wiimote y que intentaban corregirlo y enriquecer su catálogo de forma potente y variada, aspecto en el que me mantengo firme, por cierto. No, mi odio hacia Nintendo no nace de su sequía en la generación pasada ni de la pésima estrategia inicial para la consola del tabletomando, sino de la Nintendo de hoy, la Nintendo de ahora, la Nintendo que hace un año no existia: la Nintendo que se ha rendido.

Y, con la tontería, llegamos a… ¿A qué llegamos? ¡A los amiibo, por supuesto! “¡Qué monas, unas figuritas de Nintendo!”. ¡No, no y no! ¡Son malditos contenidos extra de pago y de edición limitada a doce euros! ¿No tienes el amiibo de Link? Te quedas sin un arma del Hyrule Warriors. ¿No tienes el de Peach? Adiós a su mesa en el Mario Party. ¿No encuentras el del calamar verde? Qué pena, adiós al contenido completo de Splatoon.
Y después de esto, ¿qué vendrá? ¿Qué será lo siguiente? ¿Dejará Nintendo de testear sus juegos? ¿Convertirá a Mario en un marine espacial calvo? Con esas ansias de next-gen, ya todo es posible en el mundo de Nintendo.
Acerca de Anti
sigue siendo inmune a las Death Note. Estudiante de
ingeniería industrial, gamer, amante y gamer otra vez,
tiene la ridícula esperanza de que alguien en alguna parte
se fije en sus textos. Quiere dominar el mundo para poder
destruirlo sin impedimentos.