Desde su salida en 2011 todo Internet se dedicó a predicar a los cuatro vientos las maravillas del combate de Dark Souls, lo increíble que era su mundo y sobre todo lo satisfactoria que era su dificultad. Con todo, estas alabanza no venían solas. Las versiones de consolas sufrían unos bugs y un framerate terribles, y la versión de PC presentaba una optimización digna de NieR Automata. Todo esto me mantuvo alejado de la saga durante años, y para cuando lo cogí ya no había nada de hype en mi interior. Esperaba un ídolo roto, otra moda que sería olvidada más pronto que tarde.
Y sin embargo, funcionó. Dark Souls no es solo uno de los mejores títulos que probé en 2016, sino también uno de mis videojuegos favoritos hasta la fecha.